Una vivencia sanadora desde el abrazo a la Cruz
Águeda, una mujer trabajadora y madre de familia, con residencia en Madrid, nos comparte su reencuentro con la fe y el amor misericordioso del Padre, tras ser diagnosticada de ELA (Esclerosis lateral amiatrófica) una enfermedad neuromuscular degenerativa, que no ha logrado borrar su sonrisa . Puedes ver también sus vivencias en su blog "Reflejos del alma"
Me llamo Águeda, estoy casada y tengo tres hijos
estupendos. He sido educada en la fe católica y, durante toda mi infancia y
juventud, he sido cumplidora con las costumbres de mi fe. Pero nunca he vivido
la religión como algo vivencial; creo que en toda esa época nunca recé con el
corazón al Señor. Eso de Santa Teresa de “tratar de amistad con Aquel que
sabemos que nos ama” no lo he experimentado en ese periodo de mi vida ni una
sola vez. Por eso, mi corazón estaba abierto a casi cualquier cosa que el mundo
me propusiera. No tenía argumentos sólidos para defender mi fe frente a
agresiones como pueden ser cuestiones morales como el divorcio, los
anticonceptivos, el aborto, etcétera.
A medida que abres la puerta al mundo en tu corazón,
desplazas de su lugar, del lugar que le corresponde, al Señor. Y Él no se va (Dios
no se muda, como dice Santa Teresa en su poema “Nada te turbe") pero
tú ya no cuentas con Él. Casi recién casada, empecé a darme cuenta de que no
era capaz de amar a mi esposo. No sabía hacerlo, creo que porque me faltaba el Amor
en mi corazón, pero no era consciente de que éste era el motivo. Por esta razón,
en los primeros años de mi matrimonio, me refugié mucho en mi trabajo, alargaba
las horas laborales hasta el absurdo. En el trabajo me sabía bien valorada,
ganaba dinero, y todo esto engordaba mi vanidad, quitando aún más espacio a Dios
en mi corazón.
A todo esto se añade, que yo no era capaz de hablar de
estas cosas con mi marido, por lo que aparentaba una vida feliz, en un
matrimonio aparentemente cristiano, pero cada vez más alejada de Dios, incluso
prescindiendo de la misa dominical.
Esta vida superficial, llena de mí misma y rodeada de
pecado, lejos de aportarme alegría y tranquilidad, me proporcionó una angustia
grande, que me empujó llorando, en un momento dado, hasta una iglesia cercana a
donde yo trabajaba. Fue la primera vez en mi vida que entré en una iglesia con
deseo de hablar con el corazón a Dios. Allí le conté al Señor lo que me estaba
pasando, la dificultad que tenía para amar a mi marido, las tentaciones que
había sufrido de incluso divorciarme, los pecados en los que me hallaba inmersa,
y muchas otras cosas. En ese momento de intimidad, frente a un gran crucifijo,
Jesús habló a mi corazón. No lo escuché con los oídos, pero sí se me grabó en
el corazón, como un dardo, una frase: “esto lo he hecho por ti”
Esto al principio me descolocó, porque nunca pensé que
Jesús pudiera hablarme tan claro. Pero luego me conmovió profundamente y aún
hoy lo hace. Así que seguí hablando con él, y comprendí que, aunque esto lo
sabía desde niña, nunca lo había hecho carne en mí, vida en mi corazón. Su
palabra se hizo carne en mí. Y francamente, me transformó radicalmente, pasé de
ver el sufrimiento de Jesús en la cruz como una espectadora de una película, a
verlo como una protagonista de la misma. Formando parte de sus pensamientos
constantemente, en todo momento, visualizaba cómo cruzaba su mirada conmigo de
vez en cuando camino del Calvario. También comprendí que no era capaz de amar a
mi esposo, porque no había contado con Él. Y que con Él, que todo lo hace
nuevo, lo conseguiría.
Agueda y Alejandro en Lourdes |
A partir de este momento se produjo un cambio en
nuestra forma de acercarnos a Dios. Nos integramos en una parroquia, apuntamos
a nuestros hijos a la catequesis, íbamos todos los domingos a misa. Pero
realmente no acogimos a Jesús en su totalidad, porque nos quedamos solo con
aquello que nos interesaba, y dejamos fuera lo que no, por ejemplo, ignoramos
la doctrina de la Iglesia sobre los métodos anticonceptivos, la confesión iba
poco con nosotros... hicimos una religión a nuestra medida.
Creo que no se puede decir que amas a Dios sobre todas
las cosas, si no lo amas completamente, y eso significa amarlo a él, amar su
obra, la Iglesia y amar a su madre María. Y yo cogí de la Iglesia lo que me
interesaba, y lo que no, lo aparté y respecto a María, no tenía ninguna
relación con Ella; nadie me había enseñado a tratarla en toda mi vida.
Es cierto que cambiaron muchas cosas en nuestro
matrimonio; realmente las cosas iban mejor, pero no todo lo bien que a mí me
hubiera gustado ya que seguíamos sin compartir nada que tuviera que ver con los
sentimientos.
Mi encuentro con la ELA
Pero yo le había pedido desde lo más hondo de mi
corazón al Señor amar completamente a mi esposo y él no me iba a dejar sin su
auxilio. Por eso, pasado un tiempo, en 2010 permitió que me ocurriera algo. Empecé
a perder fuerza en la mano derecha poco a poco. Y después de un peregrinar de
médicos recibí el brutal diagnóstico de la esclerosis lateral amiotrófica, o
ELA, enfermedad neurodegenerativa, que iba a paralizarme progresiva y
completamente el cuerpo. Recibir este diagnóstico es como recibir una sentencia
de muerte, ya que la supervivencia media está en 3 años y pico, al final de los
cuales falleces o bien por asfixia, ya que los músculos respiratorios dejan de funcionar
como el resto de músculos, o por atragantamiento, ya que los músculos de la
deglución también fallan.
Este diagnóstico de entrada me supuso una gran
angustia. Me di cuenta de que no estaba preparada para enfrentarme al juicio.
Comprendí con total claridad que no acoger a Jesús completamente, es decir a la
iglesia y a María junto a él, no servía. Amar a Dios sobre todas las cosas, el
primer mandamiento, lo incluye todo.
Recuerdo que a los pocos días del diagnóstico sufrí un
desvanecimiento, que me permitió tener una visión. Me vi cayendo en una tumba donde
había personas grises, sin vida, que tiraban de mí para llevarme con ellos al
infierno. Qué visión más horrorosa. Lloré con auténtica amargura, y nuevamente oré
al Señor desde el fondo de mi corazón y le pedí tiempo para reconciliarme con él
y llevar a mi familia hacia Dios, lo que no había hecho hasta ese momento. Y
Dios nuevamente escuchó mi plegaria, y me concedió tiempo, porque mantuvo la
ELA paralizada en el brazo derecho, durante unos 5 años. Cualquiera que conozca
esta enfermedad sabe que esto, cuanto menos, es extraordinario, pero para mí es
un milagro, mi primer milagro.
También al poco tiempo del diagnóstico me visitó una
amiga y me regaló un rosario. Al dármelo me dijo que la Virgen había dicho que quien
lo rezara se salvaría. A mí esto me enfureció, y pensé que ¿qué pasa, que si no
rezas el Rosario no te salvas? Pasado el primer momento me di cuenta que quizá
esto era parte de lo de amar a Jesús completamente, que era lo que me proponía
la Iglesia. Me estaba diciendo que tenía que agarrarme a María, y empezar a
rezar el Rosario con docilidad. Así que me dediqué a buscar información sobre
esta oración que no entendía, y de la que incluso me había reído en alguna
ocasión. Me enganchó, incluso me colé en varias iglesias para ver si podía
unirme a un grupo de viejecitas que lo estuviera rezando. Todo esto lo hacía
medio a escondidas porque me daba mucha vergüenza. Pero la Virgen poco a poco y
con mucha paciencia y ternura me fue guiando, acercando a Jesús y enseñando
todo sobre él; empecé a ir a misa a diario, a comulgar diariamente y a
confesarme con frecuencia, me leía todos los libros de espiritualidad que caían
en mis manos, y me apuntaba a todos los cursos, adoraciones y meditaciones que
me proponían. Puso la Virgen en mi camino a dos amigas, primero una, Lola y
después otra, Carmen, que me acompañaron en todo este camino. Tambien a
magníficos sacerdotes que me guiaron y enseñaron a rezar. Y al final me enamoré
de Jesús. María ha conseguido que de rezar el Rosario a escondidas hayamos
pasado a rezarlo todas las noches, antes de cenar, los cinco juntos. Para mí, el
segundo milagro.
En mi última peregrinación mariana he comprendido que
Jesús necesita de personas como yo, que ofrezcan sus sufrimientos a Dios, para
poder seguir crucificado y redimiendo las almas. Es una misión maravillosa la
que Dios me encomienda, y que yo acojo con amor. Y por ello Dios transforma mi
enfermedad y sufrimiento en alegría, vida y esperanza.
En mi primer encuentro con Jesús pasé de ser un
espectador a ser protagonista de una película, pero después de mi segundo
encuentro María me tomó de la mano y por medio del Rosario me llevó hasta el
pie de la cruz en el Calvario, y me dio un puesto privilegiado junto a Jesús. Solo
puedo dar gracias a Dios por lo que me ha ocurrido.
Después de toda esta historia me enfoqué en rezar por la
conversión de mi esposo, y es lo que yo llamo mi tercer milagro.
Cuando ya estaba convertido e incluso confirmado, nos
quedaba algo por hacer: teníamos que poder compartir nuestros sentimientos para
tener ese matrimonio soñado y que Dios nos quería conceder y esto pasaba por
vivir la fe juntos. Así que en 2017 buscamos un retiro por internet que
pudiéramos hacer los dos a la vez y nos encontramos con un retiro llamado
Proyecto Amor Conyugal y fuimos sin saber muy bien a lo que íbamos. Fue un
regalo maravilloso que nos hizo el Señor. Descubrimos la verdad sobre nuestro
matrimonio, que Cristo estaba en medio de nuestro matrimonio y que los dos
éramos un regalo para el otro, elegido desde toda la eternidad. Sus defectos y
los míos eran nuestro camino de santidad y nuestro éxito estaba garantizado si renunciábamos
a nosotros mismos y acogíamos al otro tal y como Dios nos lo ha dado. Empezamos
a practicar lo que allí nos enseñaron de la oración conyugal, en la que
podíamos compartir nuestros sentimientos con el Señor en presencia el uno del
otro ¡nunca habíamos sido capaces de hacer algo así!
A partir de ese momento sí que nuestro matrimonio
empezó a ser feliz del todo, aunque el camino está por construir todavía, y
estamos lejos de la perfección. Pero luchamos día a día en el camino correcto,
y ayudamos a muchos matrimonios con nuestro testimonio y acompañamiento a aprender
a vivir el matrimonio como Dios lo pensó. Podríamos decir que es nuestro cuarto
milagro.
Hay muchos más milagros en nuestra vida, pero no se
pueden contar todos, porque pertenecen a nuestra intimidad y porque no
acabaríamos nunca. ¡El Señor todo lo hace nuevo y siempre sorprende! y, si
estás atento, ¡ves su mano en tantas cosas!