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Dra. Nicole Jadue González

¿Qué es lo más difícil de ser cristiana y médico?

"Lo más difícil no es la medicina, ni sus decisiones. Es como nuestro corazón interactúa con las verdades del evangelio, como se deja transformar por Jesús, como vive una vida digna de ese evangelio para ir en busca de otros, con la excusa, de ser su médico de turno."


Si tuviera que adivinar, diría que tiene 13. Siendo muy generosa, quizás 14. Y viene sola. Es raro pensar que una niña de 14 años puede llegar sola a un Servicio de Urgencias a las 3 de la tarde un fin de semana. Clásicamente pensamos que es la hora exacta para estar acompañado por no ser día laboral. Eso, obviamente, ya despertó mi primera duda al verla.

“Hola, soy la Dra Jadue. Cuéntame, ¿en qué puedo ayudarte hoy? ¿Qué te trae por acá?” Usé la frase clásica, porque no quería espantarla, con la pregunta obvia  que estaba en mi mente: “¿Qué estás haciendo acá sola? ¡Pero si eres un puntito! ¿Cuántos años tienes?¿Cómo tus papas te dejaron venir sola?”.

“Emmm, Hola. Vengo, porque quizás estoy embarazada, entonces quiero la pastilla del día después.”

Ese, es el clásico paradigma. La multitud en general piensa que para los médicos, lo más difícil de ser cristianos (por sobre médicos) son las situaciones extremas, o que rayan en el borde de lo ético-moral. Piensan que los temas del aborto, eutanasia, el embarazo adolescente, la pastilla del día después o los límites terapéuticos son los momentos en nuestro día en que recordamos como la fe comienza a vivirse como caminar sobre una delgada capa de hielo.

Pero permítame desilusionarlo. De seguro, si trabaja, debe encontrar en su profesión problemas ético-morales o situaciones extremas de vez en cuando. De seguro, la probabilidad de experimentarlas depende de su exacta área de expertisse, pero más aún, podría asegurar, que si cierra sus ojos y piensa en lo más complejo de su profesión como catapulta para el propósito de Dios, o para mostrar el amor de Jesús a otros, esas situaciones extremas no son los primeros desafíos que vienen a su mente.

En mi mundo diario la cosa es simple. De alguna manera nos educaron para hacer el día a día de una forma específica. Barajamos temas como la productividad y eficiencia, siendo eficaces y humanos, o al mismo tiempo, comprensivos y complacientes con las necesidades de la persona con que tratamos día a día. Lo que si nos enseñan, pero nos dicen que no aprendamos, es ser médicos de pasillo. Es algo sencillo de ilustrar. Es la caricatura clásica del médicos que hace “super bien su pega”, pero se preocupa –quizás sin intención- de evitar vincularse directamente con el paciente. Pero, permítame recordarle, este profesional no es una mala persona. Solamente siempre tiene buenas excusas para su postura. “Para poder guiar hay que mirar desde afuera”, “Es la única manera de ser objetivo y así poder tomar buenas decisiones que beneficien al paciente”, “Involucrarse demasiado, es cruzar la línea. Hay límites que guardar”. Y asi, llueven los “porqués” de cómo heredamos esta forma relacional que no está solo arraigada en los médicos, sino que también, en nuestra forma de relacionarnos con otros día a día. Puede excluirse de esta afirmación y pensar que usted no es así. Solo lo invito a pensar en su última experiencia en un ascensor, o en una fila en el banco. Ni mencionar el transporte público. Esa “incomodidad” fue el regalo que recibimos de Dios, con el título profesional de “Medico Cirujano”.

Este regalo, no es cualquier cosa. Es algo inigualable. Es, si más ni menos, que el privilegio de “hacernos parte”. Podemos evitarlo -y diligentemente lo hacemos con frecuencia- siendo médicos de pasillo, o podemos “bajar la guardia” y decidir tener común unión con el paciente.

Esto no debería ser tan escandalizante. No debería ser tan ajeno, o incómodo. Esta imagen, es lo que Dios hizo en mi corazón cuando conocí cara a cara su amor. El logró que bajara la guardia, y El vino a encontrarme. Y así, descubrí que era digno de mi confianza, y El, no solo quería ser parte sino quería tener comunión conmigo, he ahí la belleza del sacrificio de Jesús. ¿Por qué entonces mi profesión no iba a estar teñida de ese carácter de Dios con el que fui creada y restaurada, por la muerte de Jesús? ¿Cómo el anhelo de común unión (comunión) que Jesús tiene con nosotros, y multiplica en nosotros, no nos lleva a unirnos a otros, para hacerlos parte? ¿Acaso la forma correcta de “hacer medicina” está dictada por mi título universitario? ¿Por mis “buenos modelos” a lo largo de mi formación? Claro que no.

Es tan sencillo como Pablo nos recuerda: “¿Será posible que sean tan tontos? Después de haber comenzado a vivir la vida cristiana en el Espíritu, ¿por qué ahora tratan de ser perfectos mediante sus propios esfuerzos? ¿Acaso han pasado por tantas experiencias en vano? ¡No puede ser que no les hayan servido para nada!” (Gal 3:3-4).

Definitivamente, como hija de Dios y cómo medico (y aquí puede llenar este espacio con su profesión o con la etiqueta que quiera), fuimos llamados a renovar nuestra mente, tomar la mente de Jesús, y HACER lo que Jesús hizo. En mi día a día quiere decir salir de mi deformado rol, y volverme cercana y disponible. Quiere decir conocer y ser parte de la vida de mi paciente. Quiere decir que efectivamente voy a orar en mi tiempo libre, por eso que lo aquieta, como lo haría con otra persona que es parte de mi vida. Quiere decir que si llora, no voy a tomar la distancia solamente y dejar “airear el llanto”. Quiere decir que voy a entender que la finalidad última de cada momento de mi vida, con otra persona delante o sola en una pieza, se trata de Jesús. De conocerle profundamente, de aprender a amarlo cada día más, de multiplicar su vida en otros, de dar amor basado en el amor que he recibido, y de dejar de lado el temor frente a un tercero, porque su amor perfecto, lo ha desplazado.

Cómo médicos tenemos un número de vínculos ilimitados. Las personas nos abren una oportunidad. Eso, es infinitamente apasionante. Esta profesión nos regala la excusa para servir y amar a tiempo completo, disfrutando todo el camino, e incluso, siendo remunerados por eso. Estas son misiones llenas de gracia.

¿Qué es lo más difícil de ser un médico cristiano? Como nos recuerda Pablo, “Solamente os ruego que os comportéis como es digno del evangelio de Cristo, para que, sea que vaya a veros o que esté ausente, oiga de vosotros que estáis firmes en un mismo espíritu, combatiendo unánimes por la fe del evangelio” (Filipenses 1:27)

Lo más difícil no es la medicina, ni sus decisiones. Es como nuestro corazón interactúa con las verdades del evangelio, como se deja transformar por Jesús, como vive una vida digna de ese evangelio para ir en busca de otros, con la excusa, de ser su médico de turno.


Nicole Jadue González
26 años
Medico Cirujano
MSc Global Health Duke University