¿Qué es lo
más difícil de ser cristiana y médico?
"Lo más difícil no es la medicina,
ni sus decisiones. Es como nuestro corazón interactúa con las verdades del
evangelio, como se deja transformar por Jesús, como vive una vida digna de ese
evangelio para ir en busca de otros, con la excusa, de ser su médico de turno."
Si tuviera que adivinar, diría que
tiene 13. Siendo muy generosa, quizás 14. Y viene sola. Es raro pensar que una
niña de 14 años puede llegar sola a un Servicio de Urgencias a las 3 de la
tarde un fin de semana. Clásicamente pensamos que es la hora exacta para estar
acompañado por no ser día laboral. Eso, obviamente, ya despertó mi primera duda
al verla.
“Hola, soy la Dra Jadue. Cuéntame, ¿en
qué puedo ayudarte hoy? ¿Qué te trae por acá?” Usé la frase clásica, porque no
quería espantarla, con la pregunta obvia
que estaba en mi mente: “¿Qué estás haciendo acá sola? ¡Pero si eres un
puntito! ¿Cuántos años tienes?¿Cómo tus papas te dejaron venir sola?”.
“Emmm, Hola. Vengo, porque quizás
estoy embarazada, entonces quiero la pastilla del día después.”
Ese, es el clásico paradigma. La
multitud en general piensa que para los médicos, lo más difícil de ser
cristianos (por sobre médicos) son las situaciones extremas, o que rayan en el
borde de lo ético-moral. Piensan que los temas del aborto, eutanasia, el embarazo
adolescente, la pastilla del día después o los límites terapéuticos son los
momentos en nuestro día en que recordamos como la fe comienza a vivirse como
caminar sobre una delgada capa de hielo.
Pero permítame desilusionarlo. De
seguro, si trabaja, debe encontrar en su profesión problemas ético-morales o
situaciones extremas de vez en cuando. De seguro, la probabilidad de
experimentarlas depende de su exacta área de expertisse, pero más aún, podría
asegurar, que si cierra sus ojos y piensa en lo más complejo de su profesión
como catapulta para el propósito de Dios, o para mostrar el amor de Jesús a
otros, esas situaciones extremas no son los primeros desafíos que vienen a su
mente.
En mi mundo diario la cosa es
simple. De alguna manera nos educaron para hacer el día a día de una forma
específica. Barajamos temas como la productividad y eficiencia, siendo eficaces
y humanos, o al mismo tiempo, comprensivos y complacientes con las necesidades
de la persona con que tratamos día a día. Lo que si nos enseñan, pero nos dicen
que no aprendamos, es ser médicos de pasillo. Es algo sencillo de ilustrar. Es
la caricatura clásica del médicos que hace “super bien su pega”, pero se
preocupa –quizás sin intención- de evitar vincularse directamente con el
paciente. Pero, permítame recordarle, este profesional no es una mala persona.
Solamente siempre tiene buenas excusas para su postura. “Para poder guiar hay
que mirar desde afuera”, “Es la única manera de ser objetivo y así poder tomar
buenas decisiones que beneficien al paciente”, “Involucrarse demasiado, es
cruzar la línea. Hay límites que guardar”. Y asi, llueven los “porqués” de cómo
heredamos esta forma relacional que no está solo arraigada en los médicos, sino
que también, en nuestra forma de relacionarnos con otros día a día. Puede
excluirse de esta afirmación y pensar que usted no es así. Solo lo invito a
pensar en su última experiencia en un ascensor, o en una fila en el banco. Ni
mencionar el transporte público. Esa “incomodidad” fue el regalo que recibimos
de Dios, con el título profesional de “Medico Cirujano”.
Este regalo, no es cualquier cosa.
Es algo inigualable. Es, si más ni menos, que el privilegio de “hacernos
parte”. Podemos evitarlo -y diligentemente lo hacemos con frecuencia- siendo
médicos de pasillo, o podemos “bajar la guardia” y decidir tener común unión
con el paciente.
Esto no debería ser tan
escandalizante. No debería ser tan ajeno, o incómodo. Esta imagen, es lo que
Dios hizo en mi corazón cuando conocí cara a cara su amor. El logró que bajara
la guardia, y El vino a encontrarme. Y así, descubrí que era digno de mi
confianza, y El, no solo quería ser parte sino quería tener comunión conmigo,
he ahí la belleza del sacrificio de Jesús. ¿Por qué entonces mi profesión no
iba a estar teñida de ese carácter de Dios con el que fui creada y restaurada,
por la muerte de Jesús? ¿Cómo el anhelo de común unión (comunión) que Jesús
tiene con nosotros, y multiplica en nosotros, no nos lleva a unirnos a otros, para
hacerlos parte? ¿Acaso la forma correcta de “hacer medicina” está dictada por
mi título universitario? ¿Por mis “buenos modelos” a lo largo de mi formación?
Claro que no.
Es tan sencillo como Pablo nos
recuerda: “¿Será posible que sean tan tontos? Después de haber comenzado a
vivir la vida cristiana en el Espíritu, ¿por qué ahora tratan de ser perfectos
mediante sus propios esfuerzos? ¿Acaso han pasado por tantas experiencias en
vano? ¡No puede ser que no les hayan servido para nada!” (Gal 3:3-4).
Definitivamente, como hija de Dios
y cómo medico (y aquí puede llenar este espacio con su profesión o con la
etiqueta que quiera), fuimos llamados a renovar nuestra mente, tomar la mente
de Jesús, y HACER lo que Jesús hizo. En mi día a día quiere decir salir de mi
deformado rol, y volverme cercana y disponible. Quiere decir conocer y ser
parte de la vida de mi paciente. Quiere decir que efectivamente voy a orar en
mi tiempo libre, por eso que lo aquieta, como lo haría con otra persona que es
parte de mi vida. Quiere decir que si llora, no voy a tomar la distancia
solamente y dejar “airear el llanto”. Quiere decir que voy a entender que la
finalidad última de cada momento de mi vida, con otra persona delante o sola en
una pieza, se trata de Jesús. De conocerle profundamente, de aprender a amarlo
cada día más, de multiplicar su vida en otros, de dar amor basado en el amor
que he recibido, y de dejar de lado el temor frente a un tercero, porque su
amor perfecto, lo ha desplazado.
Cómo médicos tenemos un número de vínculos
ilimitados. Las personas nos abren una oportunidad. Eso, es infinitamente
apasionante. Esta profesión nos regala la excusa para servir y amar a tiempo
completo, disfrutando todo el camino, e incluso, siendo remunerados por eso.
Estas son misiones llenas de gracia.
¿Qué es lo más difícil de ser un médico
cristiano? Como nos recuerda Pablo, “Solamente os ruego que os comportéis como
es digno del evangelio de Cristo, para que, sea que vaya a veros o que esté
ausente, oiga de vosotros que estáis firmes en un mismo espíritu, combatiendo
unánimes por la fe del evangelio” (Filipenses 1:27)
Lo más difícil no es la medicina,
ni sus decisiones. Es como nuestro corazón interactúa con las verdades del
evangelio, como se deja transformar por Jesús, como vive una vida digna de ese
evangelio para ir en busca de otros, con la excusa, de ser su médico de turno.
Nicole Jadue González
26 años
Medico Cirujano
MSc Global Health Duke University